Cuando los
habitantes de Salasaka tenían el espíritu en libertad, y eran dueños del oro,
de la plata, del río, de las piedras, del aire, del trueno y el viento,
y sus dioses eran el sol, la luna y las estrellas, mucho antes de la
llegada de los incas a este territorio,
se dice que el guardián protector de la fuente de la juventud de la vida y de la
magia, la que tenía el alivio para las almas y para los cuerpos era un cóndor
gigantesco recio y valeroso, fuente
mágica a la que desde siempre y hasta ahora acuden los chamanes y los sabios
para pedir sus poderes y sabiduría.
Este
imponente animal vivía en las cimas del monte y desde allí custodiaba la fuente
que se encontraba en el fondo del risco,
era un animal poderoso e
imponente, que tenía unas garras aceradas cual garfios y jamás hizo daño alguno
a nadie, pues tenía respeto a la vida y a la naturaleza, su amiga incondicional, su compañera fiel, que llenaba
su alma de nostalgia fue siempre la soledad.
Hasta que un día todo cambio en aquel lugar, el buen cóndor cansado de las caricias inagotables de su soledad, temblaba de deseo, recién paría el alba y una indígena salasaka con unos ojos de noche un cabello azabache bella muy bella con su corazón sangrante, herido por un mal amor, fue rumbo a la fuente de la juventud, de la vida y de la magia a obtener el sagrado misterio que le permita restañar sus heridas, ella se deslizaba como una hoja en el viento con sus sutiles y delicados pies hacia la fuente, desde el cerro había unos ojos que le acechaban, era el cóndor; el que quedó abismado ante tanta belleza; la hermosa indígena había despertado en él una extraña fascinación que, le atraía irremediablemente.
Ella sin
reparar en el acecho, se quitó sus vestiduras y dispuesta a bañarse en la
fuente que restañaría sus heridas, se hundió en el agua que le acaricio su virginal
substancia como si éste fuera un tributo
a los dioses, luego cuando se aprestó a salir de la fuente, creyó que los
poderes de la fuente habían hecho un
milagro, y como por obra de magia su
amado regresaba a su lado, miró como un
indígena imponente buen mozo se acercaba hasta ella y la tomó con la sutileza que se
toma a una rosa, sin embargo había algo distinto en su mirada, algo seductor e
inquietante, algo felino, perverso, y casi animal que hizo que ella se
estremeciese.
El, preso
por un sentimiento incontrolable, por un impulso básico a la vez que
irrefrenable, embrujado, poseso, abducido por un cúmulo de sensaciones
incontroladas, se abalanzó sobre ella besándola y recorriendo con sus manos
todo su cuerpo, Y juntos con loca pasión
tocaron la arena donde la semilla germina, en la orilla de la fuente. Cuando
ella estaba allí feliz, pletórica, plena,
amada,
De repente, ¡Queda
paralizada, aterrada!
Vio como del
cuerpo de su amado, él que la había hecho mujer, se transformaba en el ave
imponente, en un cóndor.
Era el dueño
y señor, guardián de la fuente de la vida,
¡Era el
cóndor de los salasaka!
Había sido
amada por el cóndor de los salasaka.
Él la tomó entre
sus garras y la alzó hacia el infinito llevándola a su cueva como su mujer,
dicen que pasaron muchas lunas y ella regresó a su casa paterna embarazada, y
que cuando dio a luz nació un niño emplumado con un pico acerado y una belleza
imponente y ella murió junto a su hijo por tanto dolor y nostalgia, pues se sintió engañada por
el cóndor, ya que él no era el amor de su vida.
Desde
entonces se dice que en Salasaka ninguna mujer joven y soltera se atreve a ir a
la fuente de la vida porque el cóndor transformado en un indígena muy apuesto, con
pasión y desenfreno las hacia suyas.
Y se dice
que el cóndor vivió por siempre en esos lares acompañado de su soledad y su
tristeza.
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